En Lapa la noche es dura. Te encuentra con calor húmedo, piel gruesa, morena y candente, y te deja sediento a merced de la borrachera. Los pies se sitúan pero nunca descansan.

Bajo sus arcos, la negrita rica bailaba descalza en su fiesta callejera.

Bajo la luna, todas las noches se pasaban en alucinaciones sentados en la cuneta de adoquines, y acariciando su costado, mil veces los fluidos apresurados a caer por la rendija.

Cansado, en la calzada, perdí todo sentimiento.

De vuelta al hotel, una sombra recogió del suelo el vinilo de Diana Ross. Fragmentos de conciencia protegieron pequeño tesoro. Caminando en días como este, con esos lugares al lado mío, el carnaval ciego en mi mismo y mi propio pesar en expectación.

Cerré mis ojos, Diana Ross y yo no abrazamos y prometimos no separarnos nunca más.
Al llegar al hotel, sentí los celos de la puta que habían matado anoche.
Adiós dulce romance, me iré lejos de aquí ahora.